sábado, 21 de junio de 2008

Al este del edén - John Steinbeck ( fragmento)


"–Pues que todo niño cree que el pecado es de su invención, mientras que la virtud se aprende porque nos hablan de ella. Pero el pecado es nuestra propia creación.
–Ya comprendo. Pero ¿cómo puede hacernos mejores esta his­toria?
–Porque somos sus descendientes –contestó Adam con excitación–. Es nuestra madre. Parte de nuestra culpa proviene de nuestros ances­tros. ¿Qué probabilidades nos quedan? Somos los hijos de nuestros padres, lo que significa que no somos los primeros. Es una excusa, pero en el mundo no existen excusas suficientes.
–Al menos, no lo suficientemente convincentes –respondió Lee–. De lo contrario, hace mucho tiempo que hubiéramos borrado nuestra culpa y el mundo no estaría repleto de hombres tristes y agobiados por el sentimiento de culpabilidad.
–¿Qué otro marco se le puede poner a este cuadro? –preguntó Samuel–. Con excusas o sin ellas, tenemos que retrotraemos a nuestros antepasados. Tenemos culpa.
–Recuerdo que me sentía algo resentido con Dios –explicó Adam–. Tanto Caín como Abel ofrecieron lo que poseían, pero Dios aceptó el presente de Abel y rechazó el de Cain. Eso siempre me pareció injusto. Jamás lo comprendí. ¿Y usted?

–Acaso lo consideramos desde diferentes puntos de vista –replicó Lee–. Me parece recordar que esta historia fue escrita por y para un pueblo de pastores, que nada tenían de agricultores. ¿No es natural que el dios de los pastores encontrase más valioso un rollizo corde­ro que una gavilla de cebada? Siempre se debe sacrificar lo mejor y más valioso.
–Sí, eso lo entiendo –dijo Samuel–. Pero, Lee, permítame adver­tirle que vaya usted con cuidado y procure no llamar la atención de Liza con sus razonamientos orientales.
–Sí –¡ntervino Adam con fogosidad–. Pero ¿por qué condenó Dios a Cain? Eso fue una injusticia.
–Siempre es una ventaja prestar atención a las palabras –respondió Samuel–. Dios no condenó a Caín en absoluto. Hasta Dios puede tener preferencias, ¿no? Vamos a suponer que Dios prefería el cordero a los vegetales. A mí me ocurre lo mismo. Puede que Cain le ofreciese un manojo de zanahorias. Y Dios debió decir: «Esto no me gusta. Ofré­ceme otra cosa. Tráeme algo que me agrade, y entonces te pondré junto a tu hermano». Pero ¿qué hizo Cain? Se enfureció, se sintió herido. Y cuando un hombre se siente herido en sus sentimientos, se desfoga con lo primero que encuentra, y Abel se hallaba al alcance de su mano.
–San Pablo dijo a los hebreos que Abel tenía fe –apuntó Lee.
–En el Génesis no hay la menor alusión a la fe –¡ntervino Sa­muel–. Ni a su existencia ni a su carencia; tan sólo se insinúa algo acerca del carácter de Cain.(...)


–Está claro que ustedes conocen el tema en profundidad –observó Adam–. Mis conocimientos son mucho más someros y estoy perdido. Así pues, ¿Caín fue expulsado por la muerte de su hermano?
–Eso es, por asesinato.
–¿Y Dios lo marcó?
–Es que no ha escuchado usted? Cain llevaba ese estigma no para destruirlo, sino para salvarlo. Y sería maldito aquel que osara matarlo. Era un estigma protector.
–No puedo evitar pensar que Caín recibió la peor parte –comentó Adam.

–Acaso fue así –contestó Samuel–. Pero Cain vivió y tuvo descen­dencia, mientras que Abel vive sólo en la historia. Nosotros somos los hijos de Cain. ¿Y no es extraño que tres hombres hechos y derechos, que vivimos en una época muy posterior a ese suceso, discutamos este crimen como si hubiese ocurrido ayer mismo en King City, y todavía no se hubiera celebrado el juicio?
Uno de los niños se despertó, dio un bostezo y miró a Lee, y a continuación volvió a quedarse dormido.
–¿No recuerda usted, señor Hamilton, que yo le hablé de que intentaba traducir viejos poemas chinos al inglés? –le preguntó Lee–. No, no se asuste. No voy a leérselos. Durante mi trabajo encontré algunas viejas ideas tan frescas y claras coma esta misma mañana, y me pre­gunté por qué. Y es que, como es natural, los hombres sólo se intere­san por ellos mismos. Si el oyente no tiene implicación en la historia, no prestará atención, de lo que se puede extraer que una historia grande y duradera tiene que comprometer a todos, o no perdurará. Lo ex­traño y exótico no es interesante, sólo lo profundamente humano y familiar.
–Aplíquelo a la historia de Cain y Abel –propuso Samuel.
–Yo no maté a mi hermano –¡ntervino Adam.
Se interrumpió de pronto, y su mente retrocedió en el pasado.

–Trataré de hacerlo –contestó Lee a Samuel–. Creo que es la his­toria más conocida del mundo, porque es la historia de todos. Creo también que esta historia simboliza el alma humana. Lo explicaré a mi manera y les ruego que no me interrumpan si no soy lo suficientemente claro. El mayor terror que puede padecer un niño es no sen­tirse amado, y el rechazo constituye para él un verdadero infierno. Creo que todo el mundo, en mayor o menor grado, ha experimentado esta sensación. Y con ella viene la ira, y tras la ira el crimen, sea cual sea, como venganza por el abandono, y tras el crimen la culpa; ésta es la historia de la Humanidad. Yo creo que si esa sensación de aban­dono pudiese ser amputada, los hombres no serían lo que son. Puede que hubiera muchos menos locos, y seguro que no habría tantas cár­celes. Eso es el comienzo de todo. Un niño, al sentirse rechazado por aquel que ama, da puntapiés al gato, y oculta su culpa secreta; y otro roba para que el dinero le devuelva el amor negado; y un tercero con­quista el mundo..., pero siempre encontraremos la culpa, la venganza, y más culpa. El hombre es el único animal culpable. Sin embargo pienso que esta vieja y terrible historia es importante, porque consti­tuye un mapa del alma, del alma secreta, rechazada y culpable. Señor Trask, usted ha dicho que no mató a su hermano y después ha recor­dado algo. No quiero saber qué era; pero ¿tenía alguna relación, por lejana que fuera, con Cain y Abel? ¿Y qué opina usted de mi origen oriental, señor Hamilton? Ya sabe usted que no soy mucho más orien­tal que usted..."

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