lunes, 9 de noviembre de 2009

Lady Shalott II : Influencias

Llegué a la dama de Shalott, gracias a Anne de Green Gables, era uno de los poemas o romances preferidos de la pequeña pelirroja, tanto así que llegó a representarlo, con tragicómicas consecuencias. ( Léase " Una desgraciada doncella de Lirios") Y es que para mí es tan importante esta novela de Lucy Maud Montgomery, representa todo lo que algún día anhelé, además de los valores que entrega: La importancia de la naturaleza, la amistad, la superación personal, la femineidad, la pedagogía y tantos más que se me escapan. No me canso de leerlo y releerlo y de tratar de atrapar algo de ese mundo, algo de la atmósfera que rodeaba a la protagonista, la pequeña Anne Shirley.
Quizás por eso el Director, no conforme con el capítulo dedicado a este romance, dio inicio a la serie con la lectura del poema de Lord Tennyson...

Y siguiendo con La dama de Shalott, que me tiene subyugada, he aquí dos temas maravillosos, basados en el poema de Lord Tennyson. Ya colocaré la letra, por lo menos del primero, y si es posible, su traducción.



Emilie Autumn






Una desgraciada doncella de los lirios ( Cap. 28 de Anne de Tejas Verdes)


—Desde luego que tú debes ser Elaine, Ana —dijo Diana—. Yo nunca podría tener valor para flotar allí.
—Ni yo tampoco —añadió Ruby con un estremecimien­to—. No me importa flotar cuando hay dos o tres de vosotras en el bote y nos podemos sentar; entonces me gusta. Pero ya­cer y fingir que uno está muerto, no; no podría. Me moriría de miedo.
—Desde luego que sería romántico —concedió Jane An­drews— pero yo sé que no podría quedarme quieta. Levantaría la cabeza para ver dónde estaba y si no me iba demasiado lejos. Y tú sabes, Ana, que eso echaría a perder el efecto.
—Pero es tan ridículo tener una Elaine pelirroja —se quejó Ana—. No tengo miedo de flotar y me gustaría ser Elaine, pero es ridículo. Ruby debería hacer de Elaine porque es rubia y tiene una cabellera dorada larga y hermosa; Elaine «tenía su brillante cabello flotando en la corriente», ya sabes. Y era la doncella como un lirio. Ahora bien, una persona pelirroja no puede ser una doncella como un lirio.
—Tu tez es tan blanca como la de Ruby —dijo Diana ansiosa­mente— y tus cabellos mucho más oscuros que cuando te los cortaste.
—¿Oh, de verdad lo crees? —exclamó Ana, enrojeciendo de placer—. Algunas veces lo pensé pero no me atreví a preguntar a nadie por miedo de que me dijeran que no. ¿Te parece que ahora se le puede llamar castaño, Diana?
—Sí, y creo que es realmente bonito —respondió la niña, contemplando admirada los rizos cortos y sedosos que aureola­ban la cabeza de Ana, mantenidos en su lugar por una cinta y un lazo de terciopelo muy vistoso.
Se hallaban de pie sobre la margen de la laguna, más abajo de «La Cuesta del Huerto», desde donde se extendía un pequeño promontorio bordeado de abedules; en el extremo había una pe­queña plataforma de madera que entraba en el agua, para conve­niencia de pescadores y cazadores de patos. Ruby y Jane pasaban la tarde de verano con Diana, y Ana había ido a jugar con ellas.
Ana y Diana pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la laguna. Ildewild pertenecía al pasado, pues el señor Bell había cortado sin compasión en primavera el pequeño círculo de árbo­les de su campo. Ana se sentó entre los tocones y lloró, sin dejar de anotar lo romántico del hecho, pero se consoló rápidamente, ya que, después de todo, como decían Diana y ella, las niñas grandes de trece años yendo para catorce, eran demasiado mayores para diversiones tan infantiles y en los alrededores de la laguna se podían practicar deportes fascinantes. Era espléndido pescar truchas sobre el puente y las dos niñas aprendieron a bogar en el botecillo de fondo plano que tenía el señor Barry para cazar patos.
Fue idea de Ana que dramatizaran «Elaine». Estudiaron el poema de Tennyson en la escuela durante el invierno anterior, pues el secretario general de Educación lo había prescrito para el curso de inglés en las escuelas de la isla del Príncipe Eduardo. Lo analizaron, desmenuzándolo en forma tal que era un milagro que al final conservara algún significado para ellas, pero por lo menos la rubia dama lirio, Lancelot, Ginebra y el Rey Arturo habían llega­do a ser seres reales para ellas y Ana se sentía devorada por una se­creta pena por no haber nacido en Camelot. Aquellos días, decía, eran mucho más románticos que los actuales.
El plan de Ana fue apoyado con entusiasmo. Las muchachas habían descubierto que si se empujaba el bote fuera de su ama­rradero, derivaba con la corriente bajo el puente y finalmente en­callaba contra otro promontorio, sobre una curva de la laguna. Muy a menudo hicieron ese camino y nada más a propósito para jugar a «Elaine».
—Bueno, seré «Elaine» —dijo Ana, accediendo de mala gana, pues, aunque le agradaba interpretar el personaje principal, su sentido artístico exigía aptitud física para él y sus propias limita­ciones lo hacían imposible—. Ruby, tú serás el Rey Arturo, Jane
será Ginebra y Diana, Lancelot. Pero primero deben ser los her­manos y el padre. No podemos tener al viejo servidor mudo por­que no hay lugar para dos en el bote cuando una está echada. De­bemos enlutar la barca con las más fúnebres colgaduras. Ese viejo chai negro de tu madre es exactamente lo necesario, Diana. En cuanto obtuvieron el chai negro, Ana lo colocó dentro de la barca y se acostó encima, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho.
—Oh, parece realmente muerta —susurró nerviosamente Ruby Gillis, observando la carita blanca y quieta bajo las move­dizas sombras de los abedules—. Me da miedo. ¿Os parece que está bien jugar a esto? La señora Lynde dice que todas las repre­sentaciones son abominables.
—Ruby, no deberías hablar de la señora Lynde —dijo Ana severamente—. Eso echa a perder el efecto, porque esto pasa cientos de años antes de nacer esa señora. Jane, encárgate de esto. Es una barbaridad que Elaine hable mientras está muerta.
Jane se puso a tono con la ocasión. No había telas doradas para la mortaja, pero un viejo cubrepiano de crepé japonés ama­rillo fue excelente sustituto. Tampoco pudieron obtener un lirio blanco, pero el efecto fue más que suficiente.
—Bueno, ahora está lista —dijo Jane—. Debemos besarle la frente, y tú, Diana, decir: «Hermana, adiós para siempre», y Ruby agregar: «Adiós, dulce hermana»; ambas tan tristes como podáis. Ana, por amor de Dios, sonríe un poco. Ya sabes que Elaine «ya­cía como sonriendo». Así está mejor. Ahora, empujad la barca.
Y la barca fue empujada, rozando un sumergido pilón duran­te el proceso. Diana, Jane y Ruby sólo esperaron lo suficiente como para verla en la corriente, camino del puente, antes de cru­zar los bosques y el camino a la carrera, hasta el promontorio in­ferior, donde, como Lancelot, Ginebra y el Rey, debían esperar a la doncella de los lirios.
Durante unos pocos instantes Ana, derivando lentamente co­rriente abajo, gozó plenamente de lo romántico de la situación. Entonces ocurrió algo no muy romántico. La barca comenzó a hacer agua. Al poco rato Elaine tuvo que levantarse, apartar la mortaja de oro y las colgaduras de negro color y mirar tonta-
mente una gran grieta que cruzaba el fondo de la barca por la que el agua entraba tumultuosa. El agudo pilón del embarcadero había descompuesto la quilla de la barca. Ana no lo sabía, pero le llevó bien poco comprender que se hallaba en un momento peligroso. A ese ritmo, la barca se hundiría antes de llegar al promontorio. ¿Dónde estaban los remos? ¡Se habían quedado en el embarcadero!
Ana lanzó un grito que nadie escuchó; estaba terriblemente páli­da, pero no perdió el ánimo. Había una sola esperanza; sólo una.
—Estaba horriblemente asustada —le contó a la señora Alian al día siguiente—, y parecían años lo que tardaba la barca en lle­gar al puente, mientras el agua subía. Recé, señora Alian, con to­das mis fuerzas, pero no cerré los ojos para rezar, pues sabía que la única manera en que Dios podía salvarme era dejando flotar la barca lo suficientemente cerca de uno de los pilares del puente como para que me subiera a él. Ya sabe que los pilares son viejos troncos llenos de nudos. Lo correcto era rezar, pero debía hacer mi parte observando y bien lo sabía. Dije: «Dios amado, por fa­vor lleva la barca cerca del pilar y yo haré el resto». En tales cir­cunstancias no se puede pensar en hacer una plegaria muy flori­da. Pero la mía halló eco, pues la barca dio contra un pilar, quedando allí un momento, y yo, echándome al hombro el cubre­piano y el chai, me agarré a un providencial nudo, y allí quedé, señora Alian, aferrada al resbaladizo pilar, sin forma de subir o de bajar. Era una posición poco romántica, pero no pensé en ello en aquel momento. Uno no se pone a pensar en romanticismos cuan­do acaba de escapar de una tumba acuática. De inmediato dije una plegaria de agradecimiento, y luego dediqué toda mi atención a sostenerme con todas mis fuerzas, pues sabía que dependería probablemente de ayuda humana para volver a tierra firme.
La barca pasó el puente y, de pronto, se hundió en medio de la corriente. Ruby, Jane y Diana, que ya esperaban en el pro­montorio, la vieron desaparecer ante sus ojos y no tuvieron duda de que Ana se había hundido con ella. Durante un momento que­daron inmóviles, heladas por el terror ante la tragedia; entonces, chillando con todas las fuerzas de sus pulmones, corrieron por el bosque, sin cesar de gritar mientras cruzaban el camino real."
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