domingo, 16 de octubre de 2011

El dedo levantado - Hermann Hesse

El maestro Dyu-Dschi era-tal como nos relatan-
de maneras calladas, suave y tan modesto
que renunció a las palabras y enseñanzas
porque palabra es apariencia
y evitar cualquiera apariencia
era su preocupación.

Cuando alumnos, monjes y novicios
gustaban de lucirse en nobles charlas,
con juegos del espíritu, sobre el supremo anhelo,
sobre el por qué del mundo, él observaba silencioso,
cuidándose de cualquier exageración.

Y cuando se le acercaban a preguntarle,
vanidosos o serios,
por el sentido de las escrituras antiguas,
por el nombre del Buda, por la iluminación,
por el principio o el fin del mundo, permanecía
en silencio, y, despaciosamente, tan sólo señalaba
con el dedo hacia lo alto.

Y con esta señal muda, convincente,
se fue haciendo cada vez más tierno:
advirtió, enseñó, alabó, castigó, mostró
en forma tan propia el corazón del mundo
y de la verdad que, con los años,
más de un discípulo entendió el suave
levantamiento de su dedo,
despertó y se estremeció.
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